La edad media de los vehículos industriales en España no para de aumentar, según datos de Anfac ha alcanzado ya los 15,1 años. Una cifra preocupante desde el punto de vista económico y operativo, como también desde la perspectiva de la sostenibilidad y la seguridad vial. En una década en la que Europa presume de estar liderando la transición hacia un transporte más limpio, nuestro parque móvil se hace viejo, lastrado por la incertidumbre estructural que bloquea cualquier decisión de inversión.
Las empresas de transporte -especialmente las pymes y autónomos, que constituyen más del 80% del sector- viven en un escenario de dudas tecnológicas. Las Administraciones, tanto europea como nacional, reclaman una transición hacia vehículos de cero emisiones, pero no ofrecen un horizonte claro sobre cómo ni cuándo será viable hacerlo. En este contexto, renovar un camión se ha convertido en un acto de fe.
Hoy por hoy, las alternativas energéticas para el transporte pesado de larga distancia compiten más en titulares que en la carretera. El diésel (ya sea de origen fósil o renovable en su versión HVO) sigue siendo la única opción energética realmente operativa para este sector. El gas natural, que hace apenas unos años parecía la opción de transición, ha perdido impulso y confianza tras las crisis de precios energéticos; los vehículos eléctricos de batería presentan autonomías muy limitadas y requieren infraestructuras de recarga prácticamente inexistentes fuera de entornos urbanos; y el hidrógeno, al que muchos miramos como la gran promesa, aún está lejos de una aplicación práctica y económicamente viable.
Los objetivos de descarbonización, en lugar de impulsar el cambio, están generando parálisis
Con este panorama, ¿quién puede reprochar a los empresarios del transporte -ni a los particulares - su prudencia? Invertir hoy en un vehículo nuevo sin saber si en pocos años podrá circular por toda Europa o si será penalizado por nuevas normativas es, sencillamente, un riesgo que pocos pueden asumir. El resultado: las flotas envejecen, se incrementan los costes de mantenimiento y se retrasa la reducción de emisiones que tanto nos dicen que es urgentísima.
La paradoja es evidente: la falta de una política climática coherente está frenando los avances medioambientales. Los objetivos de descarbonización, en lugar de impulsar el cambio, están generando parálisis. La transición ecológica del transporte no puede basarse en decretos ni en plazos políticos, sino en una hoja de ruta técnica, realista e inclusiva, construida junto con el propio sector.
Europa y España deben ofrecer certezas. No basta con fijar metas ambiciosas -los camiones deben reducir un 45% sus emisiones de CO2 para 2030 respecto a los niveles de 2019- si no se acompaña de un plan serio de infraestructuras, incentivos y financiación. Hace falta una planificación coordinada que contemple la realidad del tejido empresarial del transporte por carretera: miles de pequeñas empresas con márgenes reducidos, sometidas a una competencia feroz y con una enorme dependencia de la eficiencia de sus activos.
Las políticas climáticas deben ser claras para que las empresas sepan a qué atenerse; planificadas, para permitir inversiones a largo plazo; realistas, porque no todos los segmentos del transporte podrán electrificarse al mismo ritmo; e inclusivas, porque la transición no puede dejar fuera a quienes sostienen la cadena logística europea.
Mientras tanto, los camiones españoles seguirán envejeciendo. No por falta de compromiso, sino por exceso de incertidumbre. Y cada año sin una estrategia clara es un año perdido: de reducción efectiva de emisiones, de competitividad y de modernización del transporte.
El transporte por carretera es un pilar esencial de la economía y un aliado indispensable de la sostenibilidad, siempre que se le ofrezcan las herramientas adecuadas. La Administración debe pasar del discurso a la acción. No se trata de imponer tecnologías, sino de crear las condiciones para que el cambio sea posible.
Porque solo con políticas estables y una visión compartida podremos dejar atrás la paradoja de un sector obligado a mirar al futuro… conduciendo vehículos del pasado.