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‘Mix’ energético: lo que el apagón nos enseñó

Fue solo un aviso, pero una semana después del día 28 aún seguían resonando los desequilibrios de las cadenas de suministro en muchas de nuestras empresas

Publicado: 14/05/2025 ·18:18
Actualizado: 14/05/2025 · 22:13
  • Vista general de tráfico en el Paseo de la Castellana tras el apagón eléctrico en Madrid. -

El apagón masivo del 28 de abril fue relativamente “breve”. La hemeroteca nos recuerda que, por ejemplo, en 2003 más de 50 millones de personas se quedaron completamente a oscuras en Canadá y el norte de Estados Unidos durante dos días enteros. Sin embargo, quien quedase atrapado en un ascensor o sin señal en mitad de un viaje, no lo olvidará tan fácilmente -por no mencionar a los familiares y amigos de las personas que perdieron la vida-. Tampoco lo harán los que operando en las cadenas logísticas vieron cómo sus sistemas de gestión colapsaron, incluyendo conductores y empresas transportistas. Fue solo un aviso, pero una semana después del día 28 aún seguían resonando los desequilibrios de las cadenas de suministro en muchas de nuestras empresas.

Porque aquí va una verdad incómoda para quienes estén apostando todo al vehículo eléctrico como si fuera el único camino hacia un futuro sostenible, cuando sólo es uno de ellos, probablemente el más fotogénico, el que mejor queda en los informes de sostenibilidad y en los discursos institucionales. Pero como todo “pensamiento único”, encierra un riesgo: basta que falle un elemento del sistema -como éste apagón ibérico- para que todo se tambalee.

Es hora de superar el relato simplista del “todo eléctrico” y empezar a hablar de un verdadero ecosistema energético que también contemple los combustibles renovables

Imaginemos que nuestro transporte por carretera, que mueve el 96% de las mercancías en territorio nacional y el 75% de lo que exportamos a la UE (en términos de toneladas por kilómetro), dependiera exclusivamente de la red eléctrica. Una tormenta, un ciberataque, una sobrecarga y, de repente, la movilidad se detendría: coches, camiones, ambulancias y autobuses nos llevarían a una parálisis total. Nuestro sector, “columna vertebral” de la logística nacional y nuestro comercio exterior, no puede permitirse paros prolongados. En una sociedad donde el “just-in-time” domina las cadenas de suministro, unas pocas horas sin electricidad pueden significar desabastecimiento, con lo que eso significa para hospitales, granjas, gasolineras o supermercados, y pérdidas millonarias.

Necesitamos una estrategia energética sensata y plural, que combine tecnologías, que abra el abanico, que sepa que en la diversidad está la resiliencia. Es hora de superar el relato simplista del “todo eléctrico” y empezar a hablar de un verdadero ecosistema energético que también contemple los combustibles renovables. Una alternativa energética que, a pesar de disminuir drásticamente la huella de carbono en comparación con los combustibles fósiles, todavía no cuenta con el suficiente respaldo, ni de la Comisión Europea ni de nuestro propio Ejecutivo.

Apostar todo a la electromovilidad sin una estrategia de diversificación energética nos expone a riesgos innecesarios.

El problema no es la electrificación, sino el absolutismo eléctrico. No hay que abandonar esta alternativa energética, sino hacerla avanzar sin dejar de lado otras que pueden y deben convivir en un modelo más robusto y resiliente. Así como ningún inversor juicioso arriesgaría todo su capital en acciones de una única corporación, tampoco un país debería depender de única tecnología.

El apagón estuvo precedido por la súbita desconexión de 15 gigavatios (15.000 megavatios) del sistema eléctrico. A simple vista, esa cifra puede impresionar. Pero ¿qué significa realmente? Para situarlo en contexto: un punto de recarga de alta potencia para camiones eléctricos, que permita “repostar” en un tiempo razonable (30-45 minutos), necesita aproximadamente 1 megavatio de potencia. Es decir, 15.000 megavatios bastarían, en teoría, para alimentar simultáneamente a 15.000 camiones eléctricos. Una cifra pequeña si tenemos en cuenta que el parque total de transporte pesado en España se compone, aproximadamente, de 400.000 vehículos.

Por lo tanto, esa “enorme cantidad” (15 GW) de la que habla el presidente del Gobierno en realidad no dan para tanto. Cada domingo por la tarde se acumulan unos 8.000 camiones en la frontera con Francia, esperando para iniciar sus rutas semanales. Si esos vehículos fueran eléctricos y estuvieran recargando al mismo tiempo, estaríamos muy cerca de poner en jaque a la red eléctrica, especialmente en regiones fronterizas como Cataluña y el País Vasco.

La electrificación masiva del parque móvil exige una red eléctrica titánica, capaz de cargar millones de vehículos, incluyendo furgonetas, camiones y autobuses. Y esa infraestructura aún está lejos de estar preparada. De los casi 38.000 puntos de recarga públicos para vehículos eléctricos que están desplegados en nuestro país, apenas 451 están preparados para camiones (superan los 350 kW de potencia, el mínimo exigido por el Reglamento AFIR de la UE), un exiguo 1,2% del total. Si a esta carencia le sumamos la barrera de la autonomía que estos vehículos suponen para las compañías que operan rutas internacionales y sus altos precios, no es de extrañar que en abril solo se matricularan siete camiones eléctricos -de más de 16 toneladas-, de un total de 1.770.

El futuro de la movilidad pasa por la integración de múltiples tecnologías, no por la sustitución dogmática de unas por otras. El apagón del 5 de mayo no debe caer en el olvido como un incidente anecdótico. Debe ser leído como una advertencia clara: apostar por una única fuente energética nos hace vulnerables. La verdadera transición energética será aquella que nos haga más resilientes, no más dependientes.

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